martes, septiembre 20, 2005

DERROTAMOS AL COMUNISMO, DERROTAREMOS AL ISLAMISMO

Algunos teóricos de ínfulas progresistas andan revelando boquiabiertos el estallido de la III Guerra Mundial. Escenifican una caída de guindo falsa porque perdieron aquella tercera guerra ideológica. La III Guerra Mundial ya pasó: la ganaron las democracias occidentales al comunismo soviético. La III GM consistió en una guerra de tensión nuclear denominada fría y disputada en el gran tablero mundial a través de muchas pequeñas guerras calientes: en Asia, África o Iberoamérica; que en la III GM no se enfrentasen las reinas del tablero no significó, sin embargo, que no lo hicieran sus peones.

No hace falta leer a Clausewitz para saber de la naturaleza de la guerra como culminación o fracaso del conflicto de intereses. Guerras, por otra parte, que han variado tanto en sus formas como los avances técnicos y la composición histórico-social de sus protagonistas han propiciado. Poco tienen que ver las guerras medievales centroeuropeas con aquellas donde Bonaparte revolucionó la forma de atacar y utilizar la artillería (hasta que tropezó con un pueblo de tan mala leche que dejaron de pelearse entre ellos para combatir a un Napoleón constituido en excusa unitaria; después otra vez prevaleció la hostia hispana) Como poco tiene que ver la I Guerra Mundial y sus interminables trincheras con la Segunda, en donde la irrupción de la ‘guerra relámpago’ de genocida Hitler sorprendió a unos ejércitos europeos que pretendieron esconderse en la ‘alianza civilizada’ que Chamberlain propuso a los inhumanos nazis.

La IV Guerra Mundial –terrorista– contra Occidente también es distinta a las demás. Aquí el enemigo utiliza nuestro modo de vida, nuestra amistad, nuestra confianza y nuestra tolerancia –todo lo que desprecia y considera débil, en definitiva– para acompañarnos en un trasporte público tan cotidiano para nosotros como el suicidio terrorista es para ellos tras el lavado de cerebro al que le someten sus radicales líderes.

Los problemas REALES que existen, el radical islamista los convierte en agravios a su religión y su pueblo, en una acusación general contra un Occidente que se convierte de este modo en objetivo del resarcimiento terrorista para mayor gloria de su yihad. Si en algún sitio falta análisis y sobra simpleza, son en los planteamientos yihadistas; si alguna doctrina adolece de soluciones reales, posibles y con perspectiva de mejorar el futuro de su gente es la perversión radical islámica. ¿La solución? Compleja, no cabe duda. Pero que debe pasar por que sean ellos, con toda la ayuda que nos pidan y le podamos –y debamos– proporcionar, quienes denuncien, destierren, persigan y encierren a todo el que pretende destruir un sitio al que alguno quiere incorporarse: Occidente; y otro que ellos deben mejorar: Oriente.

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