miércoles, enero 25, 2006

EL LAZARILLO DE TORPES

En un país donde se canta al Dioni, se homenajea al Lute y se grabaron películas encomiásticas para con la delincuencia juvenil (Perros callejeros, Navajeros, etcétera) tenía que pasar: se llevan los radares hasta con caja. Y si no se los llevan, los pintan, los apedrean, atizan cartuchazos a la cámara o, tapando la matrícula de un coche que pasa a 170 Km por hora, exhiben unos calvos por el parabrisas trasero del vehículo, recogido fotográficamente para risión en la oficina de Tráfico correspondiente. ¡qué país coño!

Pero fuera de bromas, que no lo son tanto pues evidencian una falta de previsión que se tendrá que subsanar de la manera habitual: con nuestra pasta ¿Ha servido de algo inundar las carreteras de radares? En mi opinión, de poco; acaso para recaudar, cual impuesto indirecto soterrado. La prueba de la inoperatividad de la medida, la tenemos en el número invariablemente alto de desgraciados accidentes que de forma perenne se han instalado en nuestros noticiarios. ¿Qué ocurre entonces con los radares? Pues verán, al conocerse la situación exacta de cada radar, la gente sólo frena –frenamos– unos metros antes de rebasar el puente donde éste esta colocado, librándonos así de la multa y persistiendo después en nuestra infractora velocidad; la ubicación de los radares de toda España está en Internet –globalización– en formato para imprimir o para instalar en unos navegadores que te avisan: “posible radar a 2 Km”. Más finos que el coral somos aquí, oiga. Porque el no corre, vuela, como vuelan los radares a setenta mil castañas la caja.
Y si volando voy, volando vengo –mismamente como el Pera, otro “héroe” de nuestro tiempo– también los que vuelan son otros. Y ahora les pasaré a relatar el enésimo regate callejero ante la subida gubernamental en los precios del tabaco. Me ha pasado esta mañana en una de las calles aledañas a la Puerta del Sol madrileña. De tal forma, me llega un negro, uno de esos que lo mismo te hace un TOP manta, el TOP gafas o el TOP hachis, y me pregunta “que si quiero Malboro a un euro”. ¿Cómo? Le contesto entre interesado y escandalizado sincrónicamente a pesar de no ser fumador. ¡A un euro dice el nota! Explícame eso, socio. Y él sigue: “un euro, tabaco bueno, rubio americano y tal”. Alucinando como estoy, le sigo preguntando ¿pero esto es tabaco bueno, no es jujana, mierda, paja, es tabaco español?. Y aquí está el tema: “no, tabaco no español, tabaco americano, bueno rubio, un euro”. ¡El cabrón, qué síntesis! En todo caso y como quiera que no soy fumador pero sí curioso, medito la respuesta del enigma mientras me alejo del mantero callejero, llamando por teléfono a un colega municipal que tengo en Madrid, el cual lo aclara todo un poco: “sí, están empezando a meter tabaco de contrabando”. Espléndido. El antiguo principio de acción-reacción. Esto ya pasó con la ley seca americana.

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