Irán, matriz de la Alianza de Civilizaciones zapaterina, proyecta financiar un Congreso de propaganda anti-judía. Para ello su presidente, Mahmoud Ahmadinejad, atrae mediante un farol avivado con petrodólares a la plaga negacionista de la Soah, teniendo en cuenta la dificultad que hallan dichos propagandistas para extender su bazofia por Occidente: en la mayoría de las naciones democráticas, negar el Holocausto es delito.
Este mini-führer de grasiento pelo, ha manifestado repetidas veces su deseo de borrar del mapa a Israel (25 octubre 2005) Cuestionando, igualmente, la veracidad del Holocausto judío mientras avisa –como en su última visita a Indonesia– de sus deseos mortíferos sobre el Estado hebreo, con un discurso que gravita entre el mito de la revolución islámica de Jomeini y una peligrosa ambición nuclear. Constituyendo, por tanto, una grave provocación que de producirse en cualquier país occidental, habría suscitado la ira y el fuego de buena parte de la comunidad islámica. Ahora bien, de manera increíble, y quizá por tratarse de un país islámico o por dirigir sus ataques preferentemente contra Israel, ni las izquierdas ni por supuesto la ONU expresan la más mínima condena contra Irán. Tampoco nuestros socialistas se muestran demasiado escandalizados: Zapatero calla y Felipe González estrecha la mano del presidente iraní. Demostrando, más allá de la cháchara narcótica tan habitual en los progres, que toda esta “chorrada” (en magnífica definición de Josep Piqué) sobre la Alianza de Civilizaciones, no es más que el sometimiento vergonzante ante unas posturas fanáticas.
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